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miércoles, 28 de agosto de 2013

"El coche" de Plenas o Autobuses Campos


En los años 60 al servicio de autobús de línea que hacía el servicio de Zaragoza a Plenas, se le llamaba “el coche”. ¡A ver si cojo el coche y me voy pa Zaragoza! –se decía–. Por aquel entonces, a excepción de carros tirados por caballerías y el coche de Esteban Calvo, no había muchos vehículos por las calles de Plenas y siempre se referían “al coche” como si fuera el único medio de transporte mecánico existente. Cuando los habitantes de Plenas “bajaban” (iban) a Zaragoza solían ir cargados con alguna que otra cesta fabricada de mimbre y caña (que hacía el tío Doroteo, el cestero de Plenas) con alimentos, pollos vivos u otros productos. Para sellar la canasta se colocaba encima una tela o arpillera a modo de tapa, que en muchos casos procedía de algún colchón, sábana o saco en desuso. A modo de cierre de seguridad la tela era cosida con “auja” (aguja) saquera e hilo por todo su perímetro. Por esa época no había ni cartón, ni cajas de plástico, ni nada, a lo sumo, una pequeña maleta fabricada con cartón duro o de madera. También se hacían atados con alguna sábana para transportar ropa y talegas de tela para llevar alimentos.
Más o menos, así era el "coche" de línea.
En muchas ocasiones, cuando algunos pleneros cogían “el coche” para Zaragoza, bajaban pollos criados “en casa” a modo de agradecimiento para los familiares, ya que éstos les acogían en sus lugares de residencia sin nada a cambio. Por aquéllos años no había dinero para pagar ninguna pensión, ni fonda, ni nada por el estilo.
Los pollos eran transportados vivos en cestas (en la baca) o con las patas atadas depositados en el suelo del autobús, junto al viajero, por lo que convivían con los pasajeros en todo su recorrido.
El viaje a Zaragoza solía durar de dos a dos horas y media aproximadamente, ya que aparte de la lentitud del vehículo, tenía parada en todos los pueblos por donde pasaba (Moyuela, Azuara, Fuendetodos, Jaulín, Botorrita…). Era curioso que cuando “bajaban” a Zaragoza, a modo de sustento, solían echar a la talega un pan de cinta cortado por “la metá” (mitad) y con algún “troncho” (trozo) de longaniza o lomo en adobo procedentes de la “tenaja” (tinaja de barro) que había en las casas procedentes de la última matacía.
No olvidemos que hasta que se construyó la carretera, en la década de los 60, era necesario “bajar” a Moyuela a coger el autobús, por lo que se tenía que recorrer cuatro kilómetros andando o a lomos de caballería y suponía ampliar una hora más la duración del viaje a Zaragoza.
Una vez que el vehículo hacía la entrada en el “garaje” (así se le decía al local en Zaragoza), rápidamente, antes de que se apeasen los viajeros, el encargado de la empresa o algún empleado colocaba una cadena colgada de pared a pared y a un lado se depositaban los “bultos” que los empleados bajaban de la baca del vehículo. Entonces, cada viajero le indicaba al empleado qué bultos que eran suyos, se pesaban en una báscula y se pagaba la correspondiente tasa. Algunas veces se formaban acaloradas discusiones entre algún pasajero y el encargado, casi siempre ocasionadas cuando se les exigía el pago de productos que no estaban cargados en la baca y que habían sido transportados en el interior del vehículo, a los pies del viajero.
Sala de bingo donde se encontraba Autobuses Campos.
La empresa encargada del transporte se llamaba Autobuses Campos y estaba situada en un edificio de la Avenida César Augusto, antiguamente General Sanjurjo (actualmente hay un bingo). Los vehículos entraban al garaje por la puerta de la derecha y siempre salían por la de la izquierda. Las dos puertas estaban a ambos lados del edificio nº 7. Infinidad de anécdotas se podrían contar de lo que ocurría en este local, pero siempre se recuerda una que le ocurrió al tío Cesáreo, hijo Leoncio el Porronero y Fernanda. Cesáreo que encontraba en el “garaje” se percató que alguna cosa extraña le subía por la “pernera” del pantalón, echó mano a un enorme bulto y era una enorme rata que se había introducido por la prenda. La cogió y con toda serenidad le dio muerte. Alfredo el Molinero, contaba que transportaba en el autobús a “perniles y blanquiles de magra” (jamones) que tenía “apalabrados” o vendidos en Zaragoza. Alfredo, criaba los cerdos, vendía los jamones y se quedaba para él y los suyos la carne menos atractiva o vendible de “tocino” (cerdo), que no era otra cosa que el sebo del animal.

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